Hace casi diez años hice un curso en Londres de formación del profesorado en el que, aparte de otras muchas cosas, aprendí la importancia de hacernos visibles para los alumnos desde el primer día y acercarnos a ellos dejándoles conocernos un poquito. Os cuento cómo fue.
El profesor dibujó en la pizarra una tabla de nueve casillas (3x3) y en cada una de ellas escribió una palabra o un número. Nos dijo que eran datos sobre su vida y que teníamos que ir haciendo preguntas cuya respuesta sólo podía ser sí o no para descubrir algunas cosas sobre él. Así lo hicimos y poco a poco fuimos completando la tabla cual cartón de bingo para adivinar a qué se refería cada casilla. Al terminar tuve la sensación de que había mayor conexión entre él y nosotros, lo que me hizo plantearme la necesidad de abordar esta cuestión en el primer día de clase como había hecho él.
Si lo piensas siempre pedimos a los alumnos que se presenten unos a otros y al grupo el primer día de clase, quedando los docentes muchas veces al margen como si la cosa no fuera con nosotros, como si no formáramos parte del grupo. La anécdota que os acabo de contar fue la primera vez que me di cuenta de la importancia de trabajar la conexión con los alumnos de manera más profunda desde el principio de curso.
Esta actividad me hizo también recordar la curiosidad que siempre tengo sobre mis profesores y por lo tanto caí en la cuenta de que mis alumnos debían de tener las mismas preguntas sobre mí. Hasta ese momento me había limitado a contar cómo iba a ser el curso y a proponer actividades de conocimiento para los alumnos, tal cual habían hecho conmigo hasta entonces, y nada más. A partir de entonces me cambió el chip y este fue uno de mis primeros pasos en el largo camino de cambiar mi metodología docente.
Hasta el año pasado seguí incluyendo esta actividad dentro de las que tenía programadas para el primer día de clase añadiendo una variación: una vez habíamos completado la tabla me ofrecía a responder las preguntas que me quisieran hacer, siempre reservándome el derecho a responder "sin comentarios" ante cualquier indiscreción no apta para revelar en clase. He de decir que hasta ahora nunca lo he tenido que decir porque todos han sido siempre muy respetuosos, si bien de vez en cuando se cuela alguna pregunta peculiar del tipo: "¿Qué tomas para desayunar?".😜
A pesar de que me sigue gustando, como no puedo evitar ser culo de mal asiento y cambiar las cosas buscando ideas mejores, el año pasado se me ocurrió dejar que me conozcan más de esta otra manera:
1. Pido a cada alumno que se prepare una pregunta sobre algo que les gustaría saber sobre el grupo en general.
2. Les doy un tiempo para que se muevan por la clase haciendo esa misma pregunta a tantos compañeros como sea posible y respondiendo a las de los demás.
3. Hacemos una ronda para ir descubriendo todas las preguntas y cada uno cuenta la respuesta que más le ha llamado la atención al mismo tiempo que aprendemos el nombre de esa persona. Antes de pasar a la siguiente yo respondo también.
4. Para acabar les digo que es ahora o nunca y que aprovechen para satisfacer cualquier duda que tengan sobre mí (no sobre el curso) porque no volverán a tener la oportunidad, añadiendo lo siguiente: "el que tenga algo que decir, que hable ahora o que calle para siempre". Todo esto en broma y en tono de cachondeo, por supuesto. Como podéis suponer les hace mucha gracia y refuerza la conexión.
Como veis, por medio de esta actividad vamos aprendiendo nombres y anécdotas asociadas a cada persona que nos pueden ayudar a recordar quién es quién, además de ir tejiendo los hilos que van creando el tapiz que será nuestro grupo al terminar el curso.
Seguimos mañana con otro apunte sobre el primer día de clase.