Hace dos días, el viernes pasado, me entró morriña de mi clase, de mi aula. Aquí trabajando casi sin descanso sentada prácticamente todo el día al ordenador para adaptar un curso planteado de manera presencial a una enseñanza a distancia. En pocos días. Con esa premura de tiempo y los inconvenientes que plantean las herramientas de las que disponemos.
En esas estaba cuando me invadió un sentimiento de que me faltaba algo. Pensé que eran los alumnos, a los que por supuesto echo de menos, muchísimo, a pesar de que a algunos les veo en las clases por video conferencia, pero había algo más. Y entonces lo supe: echo de menos mi aula. Es curioso porque hoy una compañera ha dicho lo mismo.
En ese momento me acordé de que, no sé muy bien por qué, ese viernes me paré en la puerta. Hace tres semanas, antes de cerrar mi aula después de una mañana de locura ante la incertidumbre sobre lo que iba a pasar con la pandemia que empezaba a hacer estragos en nuestros país, después de recoger todo lo que necesitaba para trabajar durante la semana de vacaciones que empezábamos ese mismo día, me paré en la puerta y miré hacia atrás.
Por mi mente pasó la pregunta de si volvería y cuándo lo haría. Pero no como una certeza de que íbamos a estar confinados durante semanas, sino como algo improbable que no me podía creer. Y aún así, dejé en el suelo todos los trastos, papeles, bolsas y libros que llevaba, y volví a entrar.
Cogí una caja de cartón que tengo en el aula por si alguna vez me hace falta para llevar algo y abrí la persiana que ya había bajado. Sin saber muy bien por qué lo hacía, algo me decía que no podía dejar allí las plantas abandonadas porque no sabía cuándo volvería. Ni siquiera sabía que nos confinarían, pero tuve un momento de lucidez y no sabéis cómo lo agradezco ahora, porque si no me hubiera traído las plantas a casa seguramente se habrían muerto. Ha llovido mucho, pero les habrían faltado los cuidados de mis alumnos que las riegan y se preocupan por ellas.
Una vez las tuve en la caja, me giré alrededor y me dio congoja pensar que quizás no volvería. Aunque no lo sabía. Quizás en el fondo lo intuía.
Hice fotos para recordar cómo era mi aula. Vacía. Sin la alegría de los alumnos, pero con su recuerdo.
Y hace dos días, el viernes pasado, recordé que tenía esas fotos y sentí que necesitaba compartirlas, porque tengo morriña.
Ahora las plantas están bien en mi terraza y hoy les he dedicado una de las actividades del Stay at Home Challenge.
Pero mi aula sigue vacía.